Por: Uriel Flores Aguayo
En estas páginas se escribe principalmente sobre temas políticos, económicos y sociales; en esta ocasión pido licencia a mis dos o tres lectores exclusivos para tratar algo más personal. No soy joven, no soy viejo, según yo; tengo algo de experiencia en la vida, con altas y bajas; me formé en la lucha total y me asumo como un austero crónico; mi sello distintivo son las ideas y mis convicciones; siempre he sido un optimista dentro del realismo. Ver la situación actual, tan llena de rezagos y deformaciones, me conduce a los terrenos de la nostalgia, que algo tiene que ver con la edad- no tanto- pero también con las comparaciones. Cada día es más difícil vencer al escepticismo y a la parálisis si se está consciente de nuestros tiempos.
Este recuento propio surge de los temores fundados de ser una más de las víctimas de los daños colaterales que está dejando la guerra de Calderón. Aunque parezca lejano actualmente te puedes morir en cualquier esquina o ser desaparecido como ocurre con los jóvenes Xalapeños. Entre mis años adolecentes de mediados de los 70 y la actualidad veo pequeña la evolución en cuestiones como ciudadanía, democracia, estado de derecho e, incluso, aspectos civilizatorios. Cargamos la loza de un duopolio televisivo que fomenta la ignorancia y la estulticia. No somos menos individualistas que antes. Contaminamos todo y degradamos el medio ambiente. Somos una sociedad más obesa y enferma. Las religiones, sobretodo la católica, se encuentran en una profunda crisis. Los partidos políticos en general se volvieron negocios; lo público se privatizó; las esferas sociales se sobrepusieron y convirtieron al país en un rompecabezas con forma de embudo.
La guerra de Calderón, ilegítima e inútil como él, trajo más violencia y nos robo la tranquilidad, en muchos casos la vida misma, sobre todo a los jóvenes. Somos una sociedad débil, manipulable, por que así le conviene a los poderosos que, además, han prostituido a las instituciones. El peor saldo de nuestras deformaciones históricas lo paga la juventud, los ni-ni, casi una generación perdida. Por acción u omisión somos verdugos de nuestros hijos.
Ante ese sombrío panorama se abre la alternativa de participar colectivamente y hacer algo, así como la reivindicación de lo personal, de uno mismo. Vivir tan mal como ahora se atenúa un poco si prestamos atención y le damos valor a lo más sencillo y básico de nuestra existencia: los padres y su buen ejemplo, los amigos y compañeros de toda la vida, los hijos con todas sus esperanzas y rebeldías; despertar y ver la luz, caminar, informarse, platicar, tomar café, observar el entorno y a la gente, en fin, lo que es tan natural pero que se pierde de vista en las carreras por sobrevivir o por acumular de más. De hecho, lo más importante está en cada quien o en su cercanía, pero es difícil verlo por nuestra mirada perdida.
Uno puede dar testimonio, bueno o mal ejemplo, consejos y exhortos, pero la verdad es que cada quien tiene que vivir su vida, la que será impactada por las grandes instituciones públicas y privadas, sobre todo hoy que se vive una crisis de autoridad en todos los renglones. Pasamos del autoritarismo descarnado a otro que se disfraza y se vuelve permisivo hasta la exageración siempre y cuando controle los hilos que nos mueven. Bien dicho está que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde, que además de violentos también son tiempos de desamor. El año próximo es una buena oportunidad para sacudir a México, cuando se verá, venciendo a los conformistas, si nada pasa hasta que pasa.
Recadito: es decepcionante que te quieran meter en el mismo costal, entre orates y malandrines, los que siempre tienen su par. Paso.
urielfloresaguayo@hotmail.com
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