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30 de julio de 2013

PSICOCIUDAD

Maten al mensajero (cuando las encuestas dan mal...)

Por: Daniel Eskibel 
Especialista en Psicología Política
La escena es conocida.
Imagina una empresa encuestadora seria. Profesional. Competente.
Su principal vocero aparece en el periódico, en la radio o en la televisión. Informa sobre la última encuesta realizada por la empresa. Da los números más relevantes.

¿Qué pasa después?
Quien encabeza las preferencias hace todo lo posible y lo imposible para que los resultados se divulguen más y más por todas partes.
Está bien: quieren aprovechar ese momento en el que van primeros. Quieren generar impulso, fuerza y energía. Quieren que el propio resultado de la encuesta sea un elemento más de su propia campaña.

¿Pero qué hacen quienes vienen detrás?
Pues la mayoría de los candidatos que aparecen relegados en esa encuesta se enojan. Salen a la opinión pública crispados, molestos, críticos con la encuestadora o con su vocero.
Sus argumentos son conocidos de memoria por el electorado: que la encuesta está pagada por tal partido y por eso lo favorece, que no es un trabajo serio, que no cree en las encuestas, que la verdadera encuesta es lo que le dice la gente en la calle, que tiene una encuesta propia que dice lo contrario...

A ver, hagamos un ejercicio simple: retrocede varios siglos en tu imaginación.
Un señor feudal está en guerra. 
Llega un mensajero a caballo. Presuroso. A toda velocidad. Cansado. Y le entrega un mensaje que llega del frente de batalla.
El señor feudal lee el mensaje. Son malas noticias. Está siendo derrotado. Entonces mata al mensajero por haberle traído tan malas noticias.
¿Primitivo verdad?

Bien. Vuelve al presente.
Mira en la televisión la cara del candidato enfurecido o irónico porque los números de la encuesta lo dan segundo, tercero o vaya a saber en qué lejana posición.
Está matando al mensajero.
Igual que el señor feudal. Primitivo.

¿Qué logra su enojo, desconfianza o ironía con la encuestadora?
¿Logra cambiar la realidad política, social, económica, ideológica o cultural del momento? No.
¿Logra anular o disminuir el poco o mucho impacto de la encuesta en la mente de los ciudadanos? Tampoco.
¿Logra hacer magia y pasar a estar primero? Nones.
¿Logra cambiar en algo el curso de la campaña electoral? Nada.

Pero hay algo que sí logra con su salida destemplada.
Unas cuántas cosas.
Le confirma a la gente que, efectivamente, está perdiendo. 
Le da más jerarquía a la mala noticia y contribuye a que se difunda más rápidamente. 
Hace que su propia gente, dirigentes, equipo y militantes, se equivoquen y persistan en el error. 
Condena a su campaña a la eterna repetición de lo mismo que lo está haciendo perder. 
Muestra ante el electorado una personalidad poco realista, que le cuesta reconocer la realidad y cambiarla. 
Confiesa impúdicamente que solo escucha a los que piensan igual que él.
Casi nada...

Reitero que hablo de encuestas serias, profesionales, independientes. En cada país es fácil identificar cuales lo son.

¿Qué es lo que pasa en realidad?
Los que vienen más atrás en la encuesta generalmente explotan contra la misma porque tienen miedo de que el resultado refleje realmente la realidad. Miedo. Algo tan simple y primitivo como eso. 

Y su respuesta descalificadora de la encuesta generalmente constituye un error de campaña.
Es más probable que retrocedan en la opinión pública por su mala respuesta a la encuesta que por el resultado mismo que da esa encuesta.

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