El debate que se ha iniciado a nivel nacional, en torno a una eventual y muy probable reforma en el sector energético, principalmente en el sector petrolero, nos debe mover a realizar reflexiones de fondo, acerca del porvenir de todos nosotros como mexicanos.
Una de esas reflexiones tiene que
ver con una pregunta necesaria: ¿para qué requerimos reformar el sector
petrolero? Más allá de cuentas en torno a los beneficios monetarios que puede
traer para las finanzas públicas realizar ajustes al marco normativo de PEMEX,
debemos preguntarnos sobre el fin último de realizar dicha reforma. Como país
¿para qué requeriríamos una reforma petrolera que permita obtener mayores
recursos? ¿Para qué los utilizaríamos?
La respuesta a ésta pregunta debe
tener en mente dos consideraciones: en primer lugar, actualmente México se
encuentra en una etapa de redefinición de rumbo político; y en segundo lugar,
estamos viviendo un entorno mundial de crisis profunda que está modificando las
relaciones geopolíticas y comerciales en todo el mundo.
Por lo que respecta a la primera consideración,
se debe reconocer que el nuevo gobierno ha iniciado su gestión llevando a cabo
acciones significativas, en lo que a imponer un nuevo orden político se
refiere. El principal, que puede sentar un interesante precedente para un
ordenamiento del sistema político a futuro, fue la instalación del Pacto por
México. Dicha medida obliga a recordar aquellos celebres acuerdos en la España
postfranquista: Los Pactos de la Moncloa. Éstos permitieron a los actores
políticos y sociales de España dar inició y concretar una transición de la
dictadura hacia un sistema democrático.
Actualmente, el Pacto por México
logró sobrevivir a las complicaciones de un proceso electoral que se caracterizó
más por el comercio electoral que por la civilidad de sus participantes. El
saldo posterior a dicho proceso no logró sepultar el espacio de discusión y
negociación política que supone el Pacto por México, tal como lo deseaban y
auguraban muchos de sus detractores. Con ello, las expectativas en torno a
lograr importantes reformas que permitan redefinir el actuar y rumbo del Estado
mexicano no sólo se mantienen vivas, sino que se incrementan.
Lo anterior resulta significativo
ya que se puede afirmar, que el mayor o menor éxito del desempeño económico, no
sólo depende de las transacciones económicas que ocurren en los mercados y en
el sector privado, sino también de los bienes y servicios, de las leyes y
normas, de la educación, del bienestar social y de infraestructura que son
proporcionados por el Estado. Por ello, requerimos un Estado sólido, firme y
con un rumbo definido. Esto es lo que dotará a los mexicanos de mayor certidumbre
al momento de tomar importantes decisiones en su vida, como de empleo, consumo,
ahorro, familia y sobre su vejez.
Por lo que respecta a la segunda
consideración, la crisis económica, debemos tener en cuenta que la vorágine
económica ha propiciado importantes cambios en los patrones de consumo y
producción de muchos países. Las llamadas economías grandes no han logrado
sortear problemas como el elevado desempleo, la baja actividad económica y los
elevados niveles de deuda que enfrentan. Esto, ha permitido que algunas de las
llamadas economías emergentes estén logrando incrementar sus ventas hacia el
resto del mundo. Sin embargo, los países que lo han estado logrando (como
Turquía, China, Brasil, entre otros) han podido lograrlo, precisamente porque
han sabido realizar reformas y ajustes a sus modelos de desarrollo económico, lo
que les ha permitido aprovechar la actual coyuntura económica. Por primera vez
en la historia, en este 2013, los países en vías de desarrollo han generado
poco más de la mitad del PIB mundial.
Nuestro país, en los primeros 12
años de éste siglo, no ha logrado construir esas condiciones necesarias, más no
suficientes, para aprovechar ésta coyuntura económica. Los dos motores de
nuestra economía, el sector externo y el mercado interno, distan mucho de poder
inyectar nuevo dinamismo a la actividad económica nacional.
Nuestras exportaciones dependen
en demasía del mercado estadounidense; el mercado interno no logra ser lo
suficientemente fuerte y dinámico como para absorber a la fuerza laboral.
México ha privilegiado la estabilidad y tiene como resultado un crecimiento
económico mediocre. Los beneficios del TLCAN, sin una política industrial y
crediticia que impulse encadenamientos hacia el mercado interno, se agotaron.
Debe haber un hilo conductor de
la nueva estrategia de desarrollo, no un mosaico de piezas inconexas. El
objetivo primordial básico debe ser acelerar el crecimiento a niveles de 6%
anual. Todas las acciones de gobierno de las instituciones deben alinearse en
esa dirección. Ello significa cambios en las instituciones y en las políticas.
El Estado mexicano debe asumir un papel estratégico, activo, promocional, no
propietario. Requiere como columna vertebral, un programa de inversiones,
particularmente en infraestructura, detonadoras del crecimiento, bien evaluados
y ejecutados.
Adicional a lo anterior, requiere
transformar su actual política social, por ser ésta fragmentada, dispersa,
clientelar y asistencialista. Se debe construir una que garantice los derechos
sociales de todos los mexicanos, independientemente de su situación laboral;
una que proporcione salud universal, pensiones dignas y un seguro de desempleo.
Ahí radica la importancia del Pacto por México como espacio para generar
acuerdos entre los actores políticos y sociales, obligándose mutuamente a su
observancia.
Son éstas las condiciones
necesarias para que México logre dar un importante giro en su marcha histórica
hacia la modernidad y progreso. Sin embargo, para lograr éstas condiciones que
se han mencionado, se requieren dos cosas: voluntad política y recursos
económicos. Ahí es en donde entra en juego la reforma energética.
El proceso de discusión y
eventual aprobación de la reforma energética, permitirá conocer la voluntad de
nuestros políticos para poner a México a la altura de la actual coyuntura,
además de garantizarle un considerable incremento en los recursos públicos para
financiar más reformas fundamentales, como la que hace poco anunciara el Presidente
de la República para crear la Seguridad Social Universal. Estas son la clase de reformas que necesitamos
los mexicanos para no seguir alejados de las grandes transformaciones que se
están dando a nivel mundial.
Esa debe ser la respuesta a la
interrogante que se plantea al inicio ¿Para qué queremos una reforma
energética? Simple. Para poner a México en la cresta de las transformaciones y
dejar de ser un país mediocre. Solamente así, mejoraremos nuestra calidad de
vida y la de las generaciones futuras.
2 comentarios:
donde esta la tan sonada refineria de hidalgo,por que la venta de pajaritos a un particular mexichen,es mas facil acabar con pemex que con la corrupcion
Estoy de acuerdo en los cambios que se necesitan. coincido en que se debe pensar en las futuras generaciones, pero honestamente, no creo que los políticos, sean del partido que sean, estén dispuestos a sacrificar sus intereses por los de nosotros, el pueblo. De ahí en fuera, me parece serio su comentario.
Ivan Estrada Jaramillo
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