Por: Daniel Eskibel
Especialista en Psicología Política
A veces la abundancia es un problema.
Por lo menos en política, la abundancia de propuestas es siempre un problema. Siempre.
Además de ser lo más habitual, claro. Basta mirar la televisión en tiempos pre-electorales para darse cuenta.
Un candidato propone cosas. Muchas.
Otro también. Muchas.
Y otro. Y otro.
Y el televidente (¿ciudadano, televotante?) se harta, se cansa. Entonces se enamora del control remoto y hace zapping. Otro canal, cualquier otra cosa menos esa avalancha de palabras que le cae encima.
¿Para qué tantas palabras?
El candidato suele creer que cuantas más sean, pues más va a convencer de sus dotes de estadista.
But no. Pero no. Nones. Nada de eso.
Casi que al contrario.
¿Quiere decir que no hay que hacer propuestas?
No, no se trata de no hacerlas.
Casi siempre hay que hacer propuestas. Pero menos.
Mi principal recomendación en estos temas suele ser POCAS PROPUESTAS. Pocas. Importantes. Sentidas por la gente. Que solucionen problemas reales de las personas (no de los políticos).
No caer en la tentación de abarcar todos los temas, todos los asuntos, todos los problemas.
Pocas propuestas. Reiteradas. Detalladas. Ejemplificadas. Vueltas a reiterar. Difundidas a través de todos los medios disponibles. Relacionándolas con la vida cotidiana de la gente. Logrando 'evangelistas': gente que en cada lugar las divulgue con su propia voz, con sus propias palabras...
Si las propuestas son muchas, entonces se vuelven ruido, puro sonido, ideas rápidamente desplazadas por otras ideas.
Si son muchas solo rozan superficialmente el cerebro del votante.
En cambio si son pocas pueden entrar más profundamente a ese cerebro. Afincarse allí. Y ser recordadas...
Eso. Pocas, pero bien trabajadas.
Menos es más.
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