Por: Asmara Tovilla
Especialista en temas religiosos
El
pasado 28 de febrero se cumplió el plazo previamente establecido por el ahora
Papa Emérito, Benedicto XVI, para dejar vacante la sede apostólica después de
un pontificado de tan sólo 8 años. Así el mundo pudo admirar un espectáculo que
no se llevaba a cabo desde hace casi 600 años, la despedida de un pontífice no
con la gran pompa y ceremonia que hubiera significado la organización de
funerales pontificios, sino la sencilla despedida de aquel que renunció.
En
la tradición se le conoce como “el día funesto” al día en que fallece el
Vicario de Cristo, el día en que la Iglesia queda sumida en la orfandad, las
ventanas de los departamentos pontificios se encienden dando a entender al
mundo que el papa, ya ha pasado a mejor vida, enseguida, lágrimas y sollozos
acompañan este momento, no sólo en la Plaza de San Pedro sino también en el
mundo cristiano. A los rezos y lágrimas sucede la organización de los funerales
pontificios, las horas de velar el cuerpo del Sumo Pontífice, las visitas de
los secretarios de estado, de miembros de la realeza, grandes dignatarios, y
figuras internacionales que vestidos de luto acompañan el cuerpo y brindan sus
respetos. A esta situación suceden trece días de luto, trece días en que la
barca de Pedro se haya sin timón, trece días en que la cristiandad se sabe
huérfana. Al cabo de trece días se convoca al Colegio Cardenalicio para
establecer el inicio del Cónclave que es el legendario proceso de elección del
Sumo Pontífice.
Pero
cuál fue la diferencia de la orfandad por la muerte a aquella suscitada por la
renuncia papal, probablemente que el
llamado “día funesto” no lo fue en lo absoluto, en las televisiones y
ordenadores del mundo se podía observar la salida de un Benedicto XVI
triunfante, pues de haber muerto habría acaecido como todos los seres humanos a
la muerte, aquí Benedicto salía por su propio pie, por sus propias fuerzas,
según sus propios términos y en su propio tiempo, se veía a un Papa sonriente
que se despedía de sus colaboradores y
algunos cardenales reunidos en el patio de San Dámaso, después abordaba su
automóvil negro para dirigirse al helipuerto en donde lo esperaba la aeronave
que lo llevaría a la residencial Papal de Castelgandolfo, a bordo del
helicóptero rodeaba la ciudad del Vaticano mientras las campanas de San Pedro y
otras iglesias de Roma repicaban alegremente, personas reunidas en la Plaza de
San Pedro, en las calles, en azoteas ondeaban banderas, mostraban letreros e
incluso sábanas para despedir al aún Sumo Pontífice. A la llegada a
Castelgandolfo, el papa salió al balcón a dar sus últimas palabras al mundo
como Vicario de Cristo, alegremente se denominó así mismo como “un peregrino
más, que iba a comenzar la última etapa de su peregrinaje”, nuevamente ante
caras sonrientes que le daban el último adiós como pontífice impartió la que
sería su última bendición como sucesor de San Pedro.
Y el
día funesto fue un día feliz, pues a pesar de que muchos al inicio calificaron la renuncia papal como una
derrota de Benedicto XVI a manos de la curia, de la política vaticana, lo
cierto es que el aparentemente frágil anciano estableció el cómo, el cuándo y
el dónde serían sus últimos actos como pontífice, con su renuncia inhabilitaba
a toda la curia a la espera de un nuevo papa que nombre a nuevos hombres para
el control de la Iglesia, con sus últimos nombramientos de cardenales,
aseguraba el equilibrio en el Colegio Cardenalicio para la elección del nuevo
Sumo Pontífice; con sus palabras en la última audiencia manifestaba la alegría
de su pontificado y las “nubes” que sobre él se había cernido, además de
anunciar que la Iglesia no era propiedad del Sumo Pontífice, sino de Dios,
quien no la dejaba hundirse; en su despedida a los cardenales, los advertía sobre dejarse guiar y ser susceptibles al Espíritu
Santo quien los guiará a tomar una buena decisión al momento de elegir al nuevo
Vicario de Cristo, así mismo les reiteraba su obediencia y reverencia al que
fuera el nuevo papa; a quienes especulaban sobre su renuncia, en propias
palabras dijo que la Iglesia no es una institución elucubrada y construida
calculadamente, sino una realidad viviente que a lo largo del tiempo evoluciona como cada ser viviente transformándose,
pero que a la vez permanece en su naturaleza intacta , pues su corazón es
Cristo; al mundo, la firme convicción de que la Iglesia como realidad es algo
que supera a los individuos, aunque ese individuo sea el mismo papa, que no es
propiedad sino responsabilidad colectiva, que el papa no es dueño sino primer
siervo y que su único dueño es Dios.
Pocas
profesiones en el mundo tienen las
características del papado, su carácter vitalicio, las elaboradas ceremonias
que acompañan cada acción y gesto; y en sí la personificación que cada hombre
ha hecho de la investidura papal imprimiéndole virtudes y defectos, el hombre
se hace papa y el papa hace al hombre, Joseph Ratzinger ya demostró al mundo
cuál fue su papado, cuáles su características y cuáles sus virtudes, pero su
más grande acción fue demostrar que el ministerio papal va más allá del
Ratzinger humano que se sabía cansado e incapaz, pero con pleno conocimiento de
la trascendencia del ministerio que personificaba; habrá que esperar en los próximos días la acción del Espíritu Santo
para que el Colegio Cardenalicio escoja al nuevo sucesor de Cristo que imprima
al papado nuevos aires y nuevas características
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