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5 de marzo de 2013

EL FELIZ DÍA FUNESTO



Por: Asmara Tovilla
Especialista en temas religiosos
El pasado 28 de febrero se cumplió el plazo previamente establecido por el ahora Papa Emérito, Benedicto XVI, para dejar vacante la sede apostólica después de un pontificado de tan sólo 8 años. Así el mundo pudo admirar un espectáculo que no se llevaba a cabo desde hace casi 600 años, la despedida de un pontífice no con la gran pompa y ceremonia que hubiera significado la organización de funerales pontificios, sino la sencilla despedida de aquel que renunció.

En la tradición se le conoce como “el día funesto” al día en que fallece el Vicario de Cristo, el día en que la Iglesia queda sumida en la orfandad, las ventanas de los departamentos pontificios se encienden dando a entender al mundo que el papa, ya ha pasado a mejor vida, enseguida, lágrimas y sollozos acompañan este momento, no sólo en la Plaza de San Pedro sino también en el mundo cristiano. A los rezos y lágrimas sucede la organización de los funerales pontificios, las horas de velar el cuerpo del Sumo Pontífice, las visitas de los secretarios de estado, de miembros de la realeza, grandes dignatarios, y figuras internacionales que vestidos de luto acompañan el cuerpo y brindan sus respetos. A esta situación suceden trece días de luto, trece días en que la barca de Pedro se haya sin timón, trece días en que la cristiandad se sabe huérfana. Al cabo de trece días se convoca al Colegio Cardenalicio para establecer el inicio del Cónclave que es el legendario proceso de elección del Sumo Pontífice.
Pero cuál fue la diferencia de la orfandad por la muerte a aquella suscitada por la renuncia papal,  probablemente que el llamado “día funesto” no lo fue en lo absoluto, en las televisiones y ordenadores del mundo se podía observar la salida de un Benedicto XVI triunfante, pues de haber muerto habría acaecido como todos los seres humanos a la muerte, aquí Benedicto salía por su propio pie, por sus propias fuerzas, según sus propios términos y en su propio tiempo, se veía a un Papa sonriente que se despedía de  sus colaboradores y algunos cardenales reunidos en el patio de San Dámaso, después abordaba su automóvil negro para dirigirse al helipuerto en donde lo esperaba la aeronave que lo llevaría a la residencial Papal de Castelgandolfo, a bordo del helicóptero rodeaba la ciudad del Vaticano mientras las campanas de San Pedro y otras iglesias de Roma repicaban alegremente, personas reunidas en la Plaza de San Pedro, en las calles, en azoteas ondeaban banderas, mostraban letreros e incluso sábanas para despedir al aún Sumo Pontífice. A la llegada a Castelgandolfo, el papa salió al balcón a dar sus últimas palabras al mundo como Vicario de Cristo, alegremente se denominó así mismo como “un peregrino más, que iba a comenzar la última etapa de su peregrinaje”, nuevamente ante caras sonrientes que le daban el último adiós como pontífice impartió la que sería su última bendición como sucesor de San Pedro.
Y el día funesto fue un día feliz, pues a pesar de que muchos al inicio  calificaron la renuncia papal como una derrota de Benedicto XVI a manos de la curia, de la política vaticana, lo cierto es que el aparentemente frágil anciano estableció el cómo, el cuándo y el dónde serían sus últimos actos como pontífice, con su renuncia inhabilitaba a toda la curia a la espera de un nuevo papa que nombre a nuevos hombres para el control de la Iglesia, con sus últimos nombramientos de cardenales, aseguraba el equilibrio en el Colegio Cardenalicio para la elección del nuevo Sumo Pontífice; con sus palabras en la última audiencia manifestaba la alegría de su pontificado y las “nubes” que sobre él se había cernido, además de anunciar que la Iglesia no era propiedad del Sumo Pontífice, sino de Dios, quien no la dejaba hundirse; en su despedida a los cardenales, los advertía  sobre dejarse guiar y ser susceptibles al Espíritu Santo quien los guiará a tomar una buena decisión al momento de elegir al nuevo Vicario de Cristo, así mismo les reiteraba su obediencia y reverencia al que fuera el nuevo papa; a quienes especulaban sobre su renuncia, en propias palabras dijo que la Iglesia no es una institución elucubrada y construida calculadamente, sino una realidad viviente que a lo largo del tiempo  evoluciona como cada ser viviente transformándose, pero que a la vez permanece en su naturaleza intacta , pues su corazón es Cristo; al mundo, la firme convicción de que la Iglesia como realidad es algo que supera a los individuos, aunque ese individuo sea el mismo papa, que no es propiedad sino responsabilidad colectiva, que el papa no es dueño sino primer siervo y que su único dueño es Dios.
Pocas profesiones  en el mundo tienen las características del papado, su carácter vitalicio, las elaboradas ceremonias que acompañan cada acción y gesto; y en sí la personificación que cada hombre ha hecho de la investidura papal imprimiéndole virtudes y defectos, el hombre se hace papa y el papa hace al hombre, Joseph Ratzinger ya demostró al mundo cuál fue su papado, cuáles su características y cuáles sus virtudes, pero su más grande acción fue demostrar que el ministerio papal va más allá del Ratzinger humano que se sabía cansado e incapaz, pero con pleno conocimiento de la trascendencia del ministerio que personificaba;  habrá que esperar en los  próximos días la acción del Espíritu Santo para que el Colegio Cardenalicio escoja al nuevo sucesor de Cristo que imprima al papado nuevos aires y nuevas características

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